Llego, después de tantos meses, a mostrarles la tapa de mi último libro, y lo que se leyó en su presentación. Un estudio de todo mi trabajo. Palabras demasiado generosas creo! - Las acepto. Y agradezco a Marcela Rosales por todo lo que descubrió entre mis palabras. Solo sus generosidad pudo hacerlo.
Sobre "Hebras" de Mercedes Vendramini
Marcela Rosales:
¿Cuánto tiempo toma deshojar un pájaro? ¿Treinta días, treinta meses, tantos años? ¿Toda una vida? ¿Todas las vidas? ¿Todas las infinitas vidas?
AQUÍ/ALLÁ (2005)
Hay dos infinitos 
posibles, dos finitos infinitos: aquí el misterio de la luz, allá la 
inhóspita oscuridad. En lo alto el fulgor del amarillo, en lo bajo, la 
penumbra coagulada y más hondo aún, el continente helado bajo los pies. 
En el borde las cenizas, su ceguera y su olor persistente rondando. En 
la frontera, el resto. Bajo la mirada hueca de pájaros desnudos y de 
perdices que cuelgan desangrándose, la pasajera carmesí recorre paso a 
paso la columna vertebral de la tarde, desanda el laberinto preparado. 
La noche es extensa como la vida misma. El hielo cruje bajo la casta luz
 de la medianoche que enmascara a la oscura. Se lleva a cabo el rito. 
Ella no sabe cómo retener el tejido que se deshace entre los dedos. 
Cabalga en caballos de bruma entre los hilos que mueven el tiempo. 
Juega, llueve, juega a llover, a morder flores para que las palabras se 
tornen visibles. Palabras que enhebran y desenhebran infinitos, cómo fue
 lo vivido, cómo fue lo no-vivido. El ala que fuimos y el cuerpo 
horadado de minúsculos abismos. Un pie junto al otro, las manos 
inútilmente apretadas, la oscura escucha detrás de las puertas lo que 
los gritos ya saben: desde lo inhóspito no es necesario volver.
MÍNIMOS SOLES (1999)
Hay que vestir la 
paciencia de la espiga, recuperar el susurro de la paz. Tal vez en uno 
de los infinitos finitos haya espacio para una cosmogonía austera y 
compasiva de soles mínimos. Hay que optar por una de las posibilidades, 
elegir los nombres, separar las voces, descifrar los sueños, desprender 
los vuelos y vivir del resto. Hay un absurdo límite tanto para el amor 
como para lo posible. Estamos condenados a una sola dimensión de la 
vida. ¿Pero lo estamos? ¿Realmente hay que elegir una de las infinitas 
vidas posibles y desechar las demás? ¿Cómo deshojar a un pájaro dormido 
que ha querido ser vuelo sin tener alas? Cuando el frío de mayo prende, 
mejor anticiparse al silencio y borrar las señales imperceptibles que 
deja la muerte. Los soles lucen el fulgor de los rosales bajo la 
llovizna. Para Junio, aves y sueños habrán emigrado a otra orilla del 
tiempo. No quedará más remedio que transitar las escarchas de Julio 
sobre la orfandad de las cornisas para beber en el otro extremo, las 
naranjas amargas de Agosto. Luego vendrá un septiembre de aliento rosado
 y las palabras regresarán a la voz para buscar un nombre entre los 
despojos. Finalmente, la laguna violácea sobre el cemento: Octubre. Las 
constelaciones arden a las tres de la tarde. Desde el sur avanza el nido
 de abismos. Todo anuncia la tempestad y las manos no bastan.
CANTOS DE HOSPICIO (2003)
Pero era de ayer el agua 
bebida, llevaba dentro el ondular temible de las algas de enero. Los 
pies le sangraban, despertó llorando, sabía que era jueves. De todos 
modos mordió la ciruela ácida de la mañana y se sentó a esperarle en el 
columpio del patio del hospicio hasta que comenzó a atardecerle por la 
boca. Bastó el infierno de una sola tarde para que ardieran las azules 
floraciones, para caminar vestida de verano anticipando el frío entre 
las alas de los pájaros. Pero antes, antes el viento diciendo que no en 
las ramas, reiterando que no en el centro del aire, alzando la mano 
contra el pájaro que habrá que deshojar. Y de nuevo el ritual, doméstico
 como la muerte, desprendiendo nombres: madre, mujer, marea. Una hebra 
de sangre girando sobre sí misma buscando trascenderse, inventando el 
idioma transparente donde la voz se calma. Todo se nos escapa…hasta 
nosotros mismos. El infinito acosa y las preguntas crecen en el límite. 
Pero la oscura sabe lo que las magnolias no: nada blanco perdura. De la 
irisada piel de los muertos, brota la luz del día.
FINES DE OCTUBRE (2009)
En la ventana se enciende 
la claridad conocida. Es hora de borrar la sombra adormecida sobre el 
esternón. El sitio será precario: un abril extrañamente cálido donde 
acopiar fuerzas y semillas. El invierno ya no es breve, podría durar el 
resto de la vida. Habrá que mantener los refugios hasta fines de 
Octubre. Habitar la vigilia el tiempo necesario para ser cómplice del 
germen. Recuperar la risa, el aire de otro enero, salvar la boca, frutal
 como las bayas del cerco. Proteger en silencio el estruendo de alas que
 guarda las futuras palabras, hasta que la flecha atraviese los olivos. 
Más tarde, las constelaciones señalarán la noche eterna: primero de 
diciembre. Será el tiempo del asombro y la risa. Carne de sol, aire de 
bienvenida, fragante sueño en los bordes del alma. Pero nunca alcanza 
con querer ser nido. Después del canto y la breve aurora, el 
desembarcadero oscuro. Hay que saber regresar del lugar vacío donde 
volaron los pájaros. Y sin embargo, una semilla ha germinado en la 
sangre. La casa es un laberinto trazado por hilos de caramelo. Ella 
juega en su burbuja paraíso. Hebra de luz que como todos, padecerá algún
 día el agua y la sed.
HEBRAS (2012)
I.
En algún lugar otro,
 en algún tiempo otro, hubo un eclipse de cenizas del que apenas se 
tiene hoy memoria. Bajo el sol enrarecido la vida pareció detenerse por 
un instante que duró una eternidad. Fue allí, sin embargo, en ese 
instante, cuando comenzó a gestarse una cosmogonía de soles mínimos, 
donde las posibilidades de ser se multiplicarían al infinito. Así 
quisiera interpretar, o mejor dicho, así quisiera imaginar yo el 
nacimiento de esta poética que hebra a hebra, verso a verso, poema a 
poema, libro a libro, ha ido entretejiendo Mercedes Vendramini.
Cuando comencé a 
leer éste su último libro, el que hoy nos comparte, Hebras, casi 
simultáneamente vinieron a mi memoria dos poetas, Césare Pavese y Paul 
Celan. Sin duda estas referencias se me impusieron, sin pretenderlo, 
porque son dos voces que de diversas maneras siempre están influyendo en
 mi propia escritura. Pero lo cierto es que pensé en Pavese porque 
coincido con él en que la creación poética rehace el ritmo interior de 
una fantasía propia. Me seduce la idea de un ritmo subyacente al texto, 
como un cauce secreto en lo profundo de la sierra, que requiere un 
cierto silencio consentido y una predisposición amorosa a la escucha. 
Por eso desde la página inicial me movilizó la inquietud por descubrir 
cómo sería esta fantasía cuya materia y forma se nos prefiguraba de 
hebras, y qué universo de seres, sensaciones, afectos, paisajes y cosas 
se construía a partir de ellas. Me pregunté de qué modo estaría presente
 en el libro de Mercedes el empeño mito-lógico que, según Pavese, 
caracteriza al quehacer poético.
Me atrae esa 
definición por lo que sugiere la palabra “mitológico”, por el doble 
sentido que conjuga, por un lado, el mito – construcción imaginaria que 
procura dotar de sentido a lo real, a aquello que inevitablemente 
siempre escapará al decir humano –, y por otro lado, el logos, el 
lenguaje – ya que a esta fuga inevitable de lo real, el empecinamiento 
del poeta no deja de inventarle ropajes fantásticos. Cada verso, cada 
signo no simplemente fragua un nuevo sentido, sino infinitos sentidos.
Y es allí 
precisamente donde intuí que se sitúa la escritura de Mercedes 
Vendramini, no sólo porque a medida que avanzaba en la lectura la 
palabra “hebras” iba adquiriendo en cada poema nuevos significados, 
mientras crecía en referencias y connotaciones, sino porque se dejaba 
entrever como el filamento abisal de un universo en expansión constante,
 cuyo origen parecía preceder al libro. En ese momento fue cuando la 
asociación del título, con aquel otro libro fundamental de Paul Celan, 
Hebras de sol, arrojó sobre mi mirada un cálido hilo de luz del que ya 
no me fue posible sustraerme. Miré hacia atrás, es decir, hacia los 
libros anteriores de Mercedes y su cosmogonía austera de soles mínimos 
me devoró por completo.
Las hebras de luz y 
oscuridad, el aquí y el allá, la vida y la muerte, las letras negras que
 unen pasado y presente, el hilo de Ariadna con que la poeta ata y 
desata los infinitos mundos, finitos cada uno en su singularidad, 
quisieron revelarse ante mis ojos como clave de lectura, en tanto surcos
 a través de los cuales la palpitación de un corazón repartido en 
múltiples celdas, irriga de vida los versos desde el primer libro 
publicado, Eclipse de Cenizas, hasta el actual, Hebras. Desde este 
ángulo, tal vez se podría pensar que la formación académica en Física 
que posee Mercedes imprime una huella decisiva en su poética.
A mí sin embargo, me
 gustaría creer que, por el contrario, la mirada poética que la 
constituye y la hace ser esa persona profundamente sensible que es 
Mercedes Vendramini, se manifestó primariamente a través de un natural 
interés por la física. Pues, si como creía Antonin Artaud, poesía es 
hacer un cuerpo: ¿por qué no hacer un mundo, o mejor aún, infinitos 
mundos donde el latido - o ritmo interior de la fantasía –  se
 encontrara dado por la cronometría del frío colándose entre las alas de
 un pájaro. Por eso comencé preguntándome, ¿cuánto tiempo toma deshojar 
un pájaro?
II
Pues bien, para 
medir el tiempo en el viento, hay que retomar las hebras, es decir, las 
sendas, el paso, la memoria. Porque la memoria puede desenhebrarse y las
 señales pueden perderse cuando el viento que dice “no” se empeña en 
borrar las huellas. Será preciso entonces recordar que existió una 
muralla y un salto, que siempre habrá una muralla, pero también un 
salto, y que se puede hacer pie en el abrazo para tomar impulso, pues 
los componentes últimos del tejido matriz del universo que crea nuestra 
poeta son filamentos de luz que forman una cadena indestructible, la del
 amor.
Y sin embargo, hay 
palabras oscuras – nos advierte con los ojos agudos – porque en el borde
 mismo de todo está siempre la sombra. La línea que llamamos horizonte 
está al alcance de la mano. Ella simboliza la posibilidad de la 
imposibilidad final de todas las posibilidades: esto es, la muerte. Por 
eso mismo hay que recuperar las hebras de luz, los pequeños rastros que 
sugieren que la eternidad es un haz infinito de trayectos posibles.
El quehacer poético 
que se revela en Hebras, el libro, se asemeja a la labor nocturna de 
Penélope labrando la eternidad en una mortaja, que teje durante el día y
 desteje al amparo de las sombras. Y son las sombras dice Mercedes, lo 
que hay que deshojar. Hay que destejer la tontería, el tedio, la 
tristeza, la muerte finalmente, hasta dar con las entrañas del ángel 
para leer en ellas el futuro. Y es preciso hacerlo contra todo augurio 
porque cuando no se desenhebra la oscuridad, la tristeza queda estancada, muda y el corazón de-lata.
 Las
 palabras sin embargo, pueden ser engañosas, saben esconder sus bordes 
negros y al hacerlo ocultan su propia función de escondite, encubren que
 pueden servir de murallas. El día a día, la oscura melaza de lo 
cotidiano obtura las gargantas, lo que pugna por ser dicho. Y sin 
embargo, resistiendo a toda requisa de la carne, en la sangre gravita 
una semilla ínfima que mantiene viva la duda, la probabilidad de la luz.
 Poder ser algo distinto a lo planeado, dejar ser al deseo, al anhelo, a
 la fábula, a lo inconsciente. O al menos, proyectar una sombra, una 
cavidad en el aire, una sospecha en los otros. Resistir hasta el final y
 contra todo pronóstico a la imposibilidad.
Pero ¿cómo 
desmembrar la sombra? ¿Qué puede significar “saltar la muralla”? Un 
poema de Hebras en particular nos susurra el secreto. Dice:
Fuiste el último animal
De mi arca
Gata negra
Leve
Gata triste
Lenta
Fue desprendiéndose de vos
La sombra
Tardó un tiempo
El que toma deshojar un pájaro.
Como en la 
historia bíblica del Arca, a pesar del hecho muerte, habrá siempre una 
inmortalidad posible: la de la vida que retorna transformada en otra 
vida. Pero a veces para que una nueva vida nazca hay que gritar hacia 
adentro, como escribe Mercedes, para despertar a la desconocida que se 
mantiene distante, detrás del borde de las palabras. Esa otra, “posible”
 existente, es la que late, la que vibra, la que se eleva por encima de 
la que se puede ver, y finalmente la que sobrevive a la real. Sin 
embargo, la Mujer-ángel, cautiva, con sus alas 
replegadas tras las piedras, apenas sobrevive. Será necesario entonces, 
abrir las manos, soltar el hilo negro, dejarse caer para mirar y 
finalmente, palpar un cuerpo pues sólo de esa manera podemos leer los 
abismos. 
Tallar el cuerpo 
propio entonces, trabajar la hebra en la madera que somos, seguir la 
dirección de la fibra vegetal que puede ser labrada sin quebrarse para renacer
 otra, distinta, y no ya, distante. No será fácil sin duda, esto supone 
atravesar las crucifixiones diarias y sangrar las heridas.
Mercedes escribe:
Ser la otra
de luz
dueña de un pájaro
que regresa
desde el asombro.
Revelación 
hallada finalmente en las entrañas de la mujer-ángel: encarnar el pájaro
 deshojado. La vida que retorna transformada. La historia de los 
hombres, por siempre, perseguidor y presa. Gata negra que guardaba 
dentro de sí la levedad del ave. Transmutación que nace del deseo. Un 
deseo de frutos y lunas rojas. Hay que zarpar hacia la tierra de las 
sombras mínimas donde se puede anidar, es decir, navegar hacia la luz 
para cuidarnos a nosotros mismos.
Al desenhebrar la
 oscuridad, al separar las hebras, cada una llevará un hilo de luz, 
complicidad entre la gravedad y la gracia que siempre disputan los 
cuerpos. Y en la frontera entre ambas, en ese delgado filamento, el 
milagro: el sueño, que ignora el tiempo, se impondrá sobre la realidad. 
En él se revela “lo real”: el paraíso anhelado, de lo nuevo que nacerá 
del círculo antiguo, más allá de lo cotidiano y su ruido. Un sueño de auroras estremecidas bajo las cuales brotan los tallos del cielo. Leo:
Entre el fervor
los clavos
las alas
los ruegos
el alivio
el alivio
su espesura
estaban
estaban
los tallos del cielo.
Fisura por donde 
se cuela la vida, los tallos que nombra Mercedes evocan en mi memoria 
aquellos otros de la invocación de Celan, por donde se infiltra la 
muerte: “De corazones y cerebros, brotan los tallos de la noche y una 
palabra dicha por guadañas los inclina a la vida.  Mudos
 como ellos soplamos contra el mundo nuestras miradas trocadas. Ni 
sonido ni luz resbala entre nosotros, que lo diga. Oh tallos, vosotros, 
tallos de la noche.” (O Halme, ihr Halme. Ihr Halme der Nacht).
III
Por oposición a ese idioma nacido de la colisión de imagen y palabra provocada por la hecatombe humana de mediados del siglo XX (la
 Segunda Guerra Mundial) la metáfora de una cosmogonía austera y 
compasiva, que la propia autora nos proporciona, quizás sea la mejor 
forma de caracterizar el decir poético de Mercedes Vendramini: palabras 
despojadas, adjetivación temperada y versos deshojados hasta mostrar la 
transparencia de sus escamas. De allí la impresión de estar leyendo un 
idioma primordial, originario – incluso respecto al de sus anteriores 
libros –, por estar situado en el cono de sombras donde nace la vida 
misma. Lengua que nombra por vez primera abriéndose paso a través de un 
espeso silencio inmemorial. Lenguaje que no teme a la violencia 
fundacional de los sueños. Palabras sanas, santas - como las nombra 
Mercedes –, fosforescencias que preservan el cauce bajo el reborde de 
oscuridad.
Es un “trabajo 
arduo” – no apto para dioses – construir cosmogonías austeras, y sobre 
todo compasivas, de soles mínimos a partir de hebras de sueños. Es la 
labor de los hombres hacer otro y luego otro, y luego otro dibujo 
siempre incompleto de la eternidad, y así indefinidamente. Mientras el 
ser que hoy nos toca se desgrana y el tiempo singular se seca, se parte y
 se disemina en ínfimas partículas. Soñar desde la indigencia de nuestra
 mente; mientras nuestro cuerpo - nota extendida hacia el silencio -  se desliza hacia la última fisura. Y unir esa nota con otra y otra y otra más, sabiendo que:
Al final                                       
escribías solo para que te leyéramos
para que te lea hoy
y sepa
cómo fueron esas últimas tardes
el cielo   los árboles
el pájaro final
la línea de clausura
sobre
tu
ráfaga
en
el
tiempo.
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