(Fragmentos)
Palabras, no de otra cosa sabía, palabras prestadas al cartero apostado en las esquinas de tu pueblo, cuando no al espejo. Espejo de junto a la puerta, huésped ficticio del tamaño del hombre que a su lado pasa los días, y los árboles y la tarde entrando por la ventana le prestan no sé qué presencia, una presencia.
Palabra siguiente: a ciertas horas te sentabas a aguardarla, como a una persona que disfrazada de visita entraría por la puerta a contarte alegrías y pesares, encontrarte en esa espera, siempre del lado de ninguna parte, armándote de la paciencia que con el tiempo adquieren los poemas.
Espejo del tamaño del hombre que vive a su lado, lo acompaña en sus preparativos de sombra.
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La mitad de la tarde. En el espejo, soñoliento, el rosal
reclina sus sus flores hacia un crepúsculo sólo por él
imaginado.
"Puesto que ya no queda nombre en el espejo", oigo que dice, "entraré en la pieza para buscarme en él".
Espejo que por poco desaparece bajo las begonias del patio.
"No queda ya nombre en el espejo, no queda hombre ni nombre en el reflejo del espejo".
Y el espejo, del que cuentan maravillas, empieza a quedarse dormido, las imágenes del día absortas en su tinta, el rosal que oscurece busca refugiarse en su diamante.
¡Espejo observado por la muerte y memorias tuyas y suyas en esta hora de nadie! ¡Premura de las palabras que muy pronto se convertirán de nuevo en mentiras!
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Como en un cuento, en el espejo de aparecer palabras la noche se adensa. Antes de que la última se muestre, pareciera desinteresarse de ellas.
Como en el mal señalado camino de un sueño, en su media luna te siguen pareciendo mentira las palabras.
Un espejo te ocasiona, otro te va borrando cuando acabes de murmurarlas todas será el final del día.
Para que la muerte cese, atiende, permanece en silencio con los ojos cerrados.
Cuando te canses de ser reflejo, ella se introduce por el bisel de tu cuerpo.
Manchas en el espejo como la muerte mancha.
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Palabra desde tantos lugars, su verde insistencia, hojas, se abandonan a lo largo de la media luz, tarde que se eterniza en el jardín (sus aromas) nacido para culminar en oeste.
Puedes quedarte callado en medio de esas poseciones, durante horas permanecer callado como a instancias de un agua que pasa.
Callarte, quedarte callado así, durante horas en nombre del callarse, del permanecer callado, así.
Hojas desprendiéndose del cuento de otoño, siempre por llegar, ya por irse. En tardes como tus pasos, el alma del viajero se pone en movimiento.
No hace más que pasar el color de los espejos.
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Pese a tardes tales, a esa luz de página volviéndose malvones, de pie en una vereda, usted, yo, como dos hombres saben interrumpirse en medio de algo y palabras castellanas en el abandono del texto por escribirse en una lengua desconocida. A medida que se calla empiezan a entrar en los arrabales de esa lengua.
Volviendo siempre a lo mismo, cuaderno abierto por la página que eras esta mañana, a punto (en espera) de llegar al fiel del poema, al poema.
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Arnaldo Calveyra ( Mansilla, provincia de Entre Ríos 1929) - Poesía reunida -
Adriana Hidalgo Editora. (Junio 2008 ) .-
1 comentario:
Y todo gira al rededor de las palabras y los espejos que inspiran siempre al escritor. Buen texto el que nos compartes el día hoy Merce.
Dejo un fuerte abrazo y un gran beso.
Hasta pronto.
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